5 mar 2006

relato: el bien y el mal

PERO ¿DÓNDE ESTA RAQUEL MOSQUERA?
Eso fue lo primero que oyó hoy. Pese a alto volumen de la tele del salón, los comentarios de los tertulianos matutinos llegaban como a través de paredes insonorizadas no lo suficiente. Tal vez eso se debía a los palizones que los altavoces de su discoteca favorita les habían propinado a sus oídos, desde hacía años, cada semana.

Sin interés por casi todo, hoy Miguel pasa del calzoncillo talla S blanco con dibujos de tortugas, comprados en el mercadillo como si de una ganga se tratara, al chándal de poliéster NIKE “adquirido” en Carrefour por 100 € como si de otra ganga se tratara.

Claro que no, a su hermana Eli hoy tampoco le dirá nada al salir de su cuarto porque ¿para qué? El martes pasado ella no le respondió porque un tal Dayron salía en la tele diciendo “toda la veldad sobre gran hermano”. Además el trayecto del cuarto (decorado aún como cuando era niño) hasta el baño es muy corto, imposible mediar palabra entre tanto. Y en el fondo ambos eran así más felices, ya hablarían más entrado el día para discutir sobre algo. Por ahora, para Miguel había cosas más importantes en las que preocuparse, tales como lo frío que están las cadenas de oro que le recorren el pecho o lo largo que tiene ya el pelo. Y como el que no quiere la cosa, ahí, frente al espejo ya había encontrado la primera “labor” de hoy. Visitar al peluquero.

Miguel consideraba que el gasto de su cuidado capilar, consistente en un corte semanal, lo debía asumir, como los demás, la economía familiar. O sea su madre. Por el contrario, Eli tenía otra interpretación de este asunto y fue en el momento en el que su hermano abrió el cajón en el que siempre había monedas destinadas a liquidar la cuenta semanal con el panadero, cuando surgió el primer intercambio de palabras entre ellos. Y por tanto la primera pelea.

A Eli no le llegó a irritar tanto las palabras con las que su hermano le agredió, tampoco lo poco que podía llegar a oírse su voz frente a la de Miguel, y mucho menos se sintió ofendida en el momento en el que la palma abierta amenazaba su albino cachete. Lo que le hundía realmente era saber que nada de lo anterior cambiaría nunca. Por muchas vueltas que diera La Tierra alrededor del Sol, nada haría cambiar a su hermano. Estaba segura que esa situación se volvería a repetir.

El portazo exhibía las ganas de demostrar que él era quien mandaba. No lo hacía por ningún otro motivo, él no se sentía mal, no había hecho nada malo. Dos escalones más abajo su pensamiento lo ocupaba otros asuntos banales y no el recién menosprecio a su hermana. Cuatro escalones más y volverá a su estado natural que no era otro que el de dilucidar cómo seguir dañando, no importaba a quien.

Pese a que en quitarle el pitón a su moto se tardaba más que en andar hasta la peluquería, Miguel no quería desaprovechar la oportunidad de llegar a toda velocidad por la acera a la peluquería y de paso extorsionar la paz de su calle con su escape abierto.

Al contrario que el resto de la gente, Miguel deseaba que la peluquería estuviera hasta los topes ya que esperar no era un problema, estaba en compañía de sus amigos, los únicos clientes del establecimiento. El profesional de la tijera (que no la usaba en ningún momento) no necesitaba indicaciones puesto que ya sabía cómo hacerlo. Todos iguales. Era alucinante ver cómo sus conversaciones giraban en torno a dos temas centrales mientras desfilaban sus culos sobre el único asiento. El ritual era sencillo y rápido.
Si no estaban hablando del bolso que le robaron ayer a unos extranjeros lo hacían sobre la gracia que estaban dispuestos a cometer. El aire jocoso que soplaba cuando comentaron por ejemplo la paliza que le dieron a aquel chaval indefenso dejaría helado incluso a pingu. Las carcajadas sobre la cara que puso la señora a la que tiraron al suelo porque se resistía a soltar su bolso, sonaban crueles. Olían a putrefacción. Del mismo modo que olería el culito de cualquiera de ellos si estuviesen solos ante una inminente paliza como las que estaban acostumbrados a obsequiar a inocentes transeúntes.

Tan ennegrecido tenían las entrañas el que por diversión pateó la cabeza al indigente como el que se descojonó cuando vio la escena a través de la pantalla del móvil.

Entre frases hechas, risas y porros pasaban la mañana la aparentemente unida pandilla de Miguel, que pese a pequeños contratiempos relacionados con efímeras visitas a comisarías y/o hospitales, disfrutan de una felicidad que ya la quisieran muchos de las honradas personas que creen conocer las diferencias entre el bien y el mal.

CONTINUARÁ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de que estés escribiendo esta pequeña novela basada en una cruel realidad, pero tan cierta como que el bien y el mal existe desde que el mundo es mundo, y sobre todo desde que nació una nueva especie en la Tierra: "El Niñato De Turno", que cree hacerse el gracioso, dañando a inocentes.Y que después se vuelve a su casa, satisfecho de sí mismo por quedar entre sus amigos, como el Rey del barrio o el Enemigo Público nº1.

Anónimo dijo...

Me siento identificado contigo por la mutua preocupación que ambos sentimos al ver lo que pasa a nuestro alrededor. Una escena que aunque ficticia no refleja sino la mas pura realidad de lo que nos rodea. Una plaga que se extiende sin remedio entre los jovenes de nuestro pueblo. Ojala llegue el dia que salir con mis amigos de marcha o con mi novia a pasear, sea la hora que sea y el lugar que sea, no me provoque inseguridad ni miedo. Te animo a que continues con mas entregas y sigas desarrollando tus inegables dotes como escritor.